sábado, 29 de noviembre de 2008

Restaurante París-Kabul.

Los talibanes amenazaron esta semana con atacar París si el Gobierno francés no retiraba sus tropas de Afganistan, según un video difundido por la cadena de televisión Al Arabiya. París, sin duda, tiene un significado especial para muchos afganos, hasta el punto de que, por sorprendente que parezca, Kabul tiene su propia Torre Eiffel. Se trata de una reproducción burda del monumento parisino que un día un afgano adinerado plantó, porque a él le dio la gana, en una intersección de calles de Kabul, tras viajar a la capital francesa y quedarse prendado de la obra de Gustave Eiffel. La torre afgana se erige en una zona de nueva construcción de Kabul, donde durante los últimos cinco años se han edificado decenas de salones de bodas, es decir, restaurantes para banquetes de casamiento. A cuál más fastuoso y hortera. En concreto, la Torre Eiffel kabulí se encuentra en una rotonda que se llama Sar Sabzí (tierra verde), pero todo el mundo la conoce como intersección de Sham-e-Paris (la noche de París), pues ese es el nombre de un salón de bodas cercano que construyó el propio promotor de la torre. No es el único salón de bodas en Kabul, no obstante, que lleva el nombre de la capital francesa. Hay otro que se llama Kabul-París, mientras el resto tienen nombres del tipo 'cielo azul', 'el palacio de las estrellas', o 'la puerta de Asia', como si los enlaces matrimoniales en Afganistán tuvieran algo de románticos, cuando en la mayoría de los casos son amañados por las propias familias de los contrayentes. Incluso, a menudo, el novio y la novia ni tan siquiera se han visto nunca antes del día de la boda.
A pesar de ello, en una sociedad como la afgana donde la familia es el núcleo y lo más importante, el día del casamiento es una de las jornadas más relevantes. Y por ello no se repara en gastos o al menos se intenta ostentar cuanto se puede. Ceremonias a lo grande . La fachada del salón de bodas Sham-e-Paris es toda de cristaleras y en el interior sus paredes están decoradas con purpurina, como si se tratara de un cuento de hadas. En la entrada un tigre gigante de peluche, a modo de animal disecado, da la bienvenida al visitante, y por los pasillos también hay cervatillos de la misma guisa. Las lámparas son todas de brillantes y los sofás, de color dorado. "La gente dice que nuestro salón de bodas es uno de los mejores de Kabul", declara con cara de orgullo el encargado, Mohammad Nadir, mientras asegura que en verano no dan abasto, cada noche tienen al menos un banquete. Para ello cuentan con dos grandes salones con capacidad para 600 personas cada uno, y un par más de dimensiones más reducidas. Los banquetes son casi siempre lo mismo, con más o menos clase. Las mujeres –con sus mejores galas y extremadamente maquilladas- celebran la boda por su lado en una sala, y los hombres, en otra. El novio y la novia tienen su propio reservado donde disfrutan (o sufren) la velada con sus familiares más cercanos, y se dejan ver de vez en cuando en el salón de las mujeres. El de los hombres, la novia ni lo pisa, y el novio aparece en algún momento de la fiesta. Evidentemente, no falta la música, el baile, las fotos y sobre todo la comida. De hecho, buena parte de los invitados van a la boda a comer, y además pocos lo disimulan. "Tenemos diferentes menús para los diferentes bolsillos. El más barato vale dos dólares y medio por comensal (2 euros) y el más caro, cuatro y medio (3.6)", detalla el encargado de Sham-e-Paris. Teniendo en cuenta que el salario medio de un funcionario afgano es de unos 65 dólares al mes (52 euros) y que en un banquete se pueden concentrar hasta quinientas personas, las bodas cuestan una auténtica fortuna, que corre toda a cargo de la familia del novio. Además, en Afganistán es tradición que el novio también pague una dote a la familia de la novia, que pude superar los tres mil dólares (2.400 euros). No es de extrañar, pues, que, una vez casados, el marido considere que, con su mujer, puede hacer lo que él quiera, pues para ello ha pagado por ella. Los jóvenes afganos se lamentan a menudo de la imposibilidad de contraer matrimonio por la falta de dinero, y ellas, de su destino de convertirse en objetos. En las cárceles afganas hay mujeres presas por el simple hecho de haber escapado del hogar conyugal, y lo peor es que socialmente no se ve mal.

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